
domingo, 25 de noviembre de 2007
Te gustará, incluso si no te gusta

viernes, 16 de noviembre de 2007
Personas a las que no quiero

sábado, 10 de noviembre de 2007
Agorafobia sentimental

Pero ha pasado el tiempo, y E y E ya no tienen ninguna necesidad de prolongar su convivencia en ese núcleo breve y limitador, pero siguen ahí. Buscan otros pisos, van a verlos, hablan de los pros y los contras, pero de algún modo se las arreglan para hacer que la lista de inconvenientes sea siempre más larga que la de las ventajas.
No creo que lo reconocieran ni siquiera ante sí mismos, pero la verdad es que temen desplazarse a otro espacio más amplio que el suyo. Han desarrollado una especie de agorafobia sentimental que les impide exponer su amor a grandes superficies (eso es para los que aún se lanzan a la convivencia enarbolando la bandera del egoísmo). Y es que en un piso con un pasillo, un salón, una cocina y dos habitaciones podrían llegar a distanciarse de veras. De repente, E ya no tendría por qué saber qué libro lee E, qué hace, qué música escucha, o con quién habla por teléfono. Es posible que al principio no se ocultaran estos pequeños detalles a propósito, pero aun así.
Los apartamentos pequeños esconden a veces grandes verdades, por eso hace tiempo que E y E saben que en un espacio mayor no sólo caben más libros, más aficiones y más muebles. También caben más secretos. Con el espacio suficiente, incluso ellos, que se quieren tanto, podrían llegar a tenerlos.
viernes, 9 de noviembre de 2007
Hogar, dulce hogar

lunes, 5 de noviembre de 2007
La burbuja musical

sábado, 3 de noviembre de 2007
Perspectiva

viernes, 2 de noviembre de 2007
Don't cry, Mario, don't cry

Pero es que hay cosas que uno prefiere no saber.
jueves, 1 de noviembre de 2007
El vientre de la lavadora

Tuve un compañero de piso que lo usaba para sentarse a mirar cómo se cocía la pizza en el horno. Le entendía tan bien. En doce minutos ves un proceso completo de transformación de la materia: cambian los colores, la textura, la condición (algo no era comestible y de repente lo es). Es como sentarse a ver uno de esos documentales en que te muestran cómo se abre una flor a toda velocidad. Más o menos. Pero yo nunca uso el taburete para eso, aunque suelo sentarme en él para observar otro electrodoméstico más interesante, si cabe: la lavadora. Las lavadoras me fascinan, tienen algo majestuoso y maternal a la vez. Sentarse a mirar a través de su puerta redonda es como espiar las entrañas de un robot bueno. La catarsis del proceso de purificación llega con el centrifugado y, después de un par de horas, de su vientre mana ropa limpia, perfumes artificiales, calcetines fríos y desparejados. Observar el proceso es tan terapéutico como ordenar tu casa; crees que alterando positivamente tu entorno estás haciendo lo propio con tu cabeza. No sé si funciona, pero el caso es que lo hacemos. Pues no he lavado veces mi conciencia con Dixan.
(Aunque es mejor usar Norit para conciencias delicadas).
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