domingo, 3 de febrero de 2008

Perdidos y eruditos

Leo en un periódico los resultados de un poco original sondeo en el que se invita a sus lectores a decir qué libros se llevarían a una isla desierta. Los ganadores no me sorprenden, ganan inequívocamente y por goleada La Biblia, El Quijote y En busca del tiempo perdido. Hace años que cuando se le pregunta a la gente qué libros se llevarian a una isla desierta, la mayoría escogen éstos. He sabido que, en Gran Bretaña, se logran resultados similares, aunque en lugar de El Quijote, la gente escoge algo de Shakespeare, o las obras completas, ya puestos.
Lo que me sorprende, sin embargo, es que no ganen El Código da Vinci, Los pilares de la tierra o cualquier volumen de Harry Potter, por nombrar algunos de los libros más vendidos en este país, cuyos habitantes parece que ocultan unas preferencias literarias mucho más exquisitas. ¿Por qué la gente no escoje para ir a la isla lo mismo que escoje para leer en el autobús? Dudo mucho que, el día que encarguemos los libros para la isla, nos dejen rectificar luego si no nos convence nuestra elección. Creo que para ir a la isla, hay que ir a lo seguro: a lo que seguro que te hará reír, lo que seguro que te distraerá, o te hará reflexionar, o lo que sea que uno busque en un libro. Es importante, sobre todo, escoger algo que seguro que vamos a entender. Porque, y sin ánimo de ofender, me maravilla el hecho de que la gente esté convencida, por ejemplo, de que se troncharán leyendo El Quijote, cuando lo cierto es que es un libro escrito en un castellano bastante complicado de entender sin una mínima base filológica. ¿Y qué decir de Proust? ¿La gente quiere leer a Proust? ¿La misma gente que se agita en la butaca del cine cuando en la película que están viendo hay planos de más de 5 segundos?
Lo que me cuesta entender, en definitiva, es por qué tanta gente ha decidido que la mejor alternativa a estar perdido en una isla desierta, es estar perdido en esa misma isla, pero con un libro de tropecientas páginas escrito en castellano del XVII, y 7 volúmenes de Proust que empiezan con un largo capítulo sobre los recuerdos de infancia que revive el autor a partir de una magdalena. De éstos, como de la Biblia, han oído decir que son buenos libros. Pero no los leen en el metro, ni en las salas de espera, ni en la cama, antes de ir a dormir. Con mucho acierto, se los reservan para el día en que los manden a la isla ésa en la que muy generosamente te dejan escoger tres libros para que te los lleves.