domingo, 30 de septiembre de 2007

¿A qué huele tu abuela?

Estoy esperando el autobús. Junto a mí, una abuela, cuyo olor me sacude las fosas nasales y las neuronas, claro. Se ha puesto litros de colonia de lavanda -colonia fresca, la llaman, pero el que la lleva está condenado a tener siempre un olor herbal y triste en la piel. Pero hay otro olor. Es más indefinido, pero en mi conciencia -o en mi subconsciente- es un signo casi inequívoco de putrefacción. Cuando se mezcla con el perfume de lavanda, el resultado es el olor a muerte. ¿De verdad no lo notas? Está en todas partes, y yo lo detecto y lo reconozco sin placer, ni asco, ni morbo, ni nada. De hecho, creo que acepto la vejez y la muerte, pero me parecen ciencia ficción. Realmente no me hubiera sorprendido que la señora del autobús se hubiera puesto a mudar la piel allí mismo, por ejemplo. Su epidermis está casi acabada celularmente, ya es sólo una superficie ultrafina, arrugada y seca. Una mortaja.
Creo que acepto la vejez, sin embargo no llevo bien que sea tan orgánicamente obvia.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Mentalismo y macarrismo

Quedo para comer con una amiga y un mago. Le pregunto al mago: ¿Así que eres mago? Y me dice: No, soy mentalista. Y cuando estoy a punto de preguntarle si eso significa que puede doblar cucharas sólo con mirarlas, aparece el dueño del bar, le mira fijamente los tatuajes del brazo y dice: "Americanos, old school", como si estuviera emitiendo un diagnóstico. El mago sonríe y dice que sí, y así empiezan a hablar de sus respectivos tatuajes. Al cabo de un rato he aprendido que las llamas y los dados son old school y que los tatuajes, en la nuca, pican. El dueño del bar explica que sólo le queda un trozo "así" -y cuando lo dice coloca sus índices a veinte centímetros el uno del otro- sin tatuar. Me pregunto si se refiere a la polla y él, como si me hubiera leído el pensamiento, me mira a los ojos y me dice: "Esta semana me estoy tatuando el culo", a lo que sólo acierto a responder "ah", cuando en realidad quisiera pedirle que me enseñara esos veinte centímetros de piel sin tinta. Siguen hablando y les oigo decir calcamonía, en lugar de calcomanía, y trivial, en lugar de tribal, y no les corrijo. ¡Toda esa vulgaridad es tan harmónica! -calcamonía, churrasco con patatas, culo, vino con gaseosa- que no hay porqué. El dueño del bar se desabrocha la camisa para enseñarnos un ave Fénix, pero yo ni le miro, ya no puedo apartar los ojos de mi fantasía.