martes, 27 de marzo de 2012

La casa inclinada

De todas las cosas que me empujan a dormir abrazada a D cada noche (el amor, el que no tengamos calefacción...), hay una que tiene más peso que las demás, porque haría que continuáramos durmiendo pegados, aunque dejaramos de amarnos o decidiéramos comprarnos un radiador. Cuando un día D me dijo que necesitaba un poco más de espacio para dormir, tuve que confesarle que el amor no era la única razón que me llevaba a invadir su parcela de sábanas cada noche. "La casa está inclinada", le dije, y él empezó a reírse de mi supuesto chiste y me apartó delicadamente hacia mi lado de la cama. A los dos segundos, yo había vuelto a rodar hasta el suyo. En la oscuridad de nuestra habitación helada le susurré a su espalda nocturna: "La casa está inclinada, lo digo en serio."
D es un hombre práctico, y en lugar de discutir conmigo todas las cosas de apariencia absurda que me pasan por la cabeza, actúa. Por eso aquella noche se levantó de la cama, fue a buscar una canica de la botella donde las guardamos, y la colocó en mi lado de la cama pensando que la ausencia de movimiento de la canica probaría la ausencia de inclinación de la casa. Y así hubiera ocurrido, de no ser porque la canica comenzó a descender a buena velocidad hasta el hueco que han formado nuestros cuerpos en su lado del colchón. En ese momento, D comprendió los errores de cálculo que cometo en mis trayectorias a través de la casa, y que me hacen chocar con todos los muebles. Y también por qué cada vez que intento llenar los platos de sopa, siempre derramo la mitad de camino al lado sur de la casa, donde comemos y donde D pasa la mayor parte del tiempo, ajeno al desequilibrio de su casa y al mío.
Lo peor es cuando salgo a la calle, donde el suelo sin duda es recto, pero donde yo me siento como si acabara de bajar de un barco y tuviera el mal de tierra. Claro que podría acostumbrame a la rectitud, y proponerle a D que nos mudáramos a otra casa que tuviera un suelo bien nivelado. Pero entonces, el hecho de que D y yo durmamos abrazados cada noche, empezaría a depender de factores mucho más incontrolables. Sin duda prefiero seguir así, aunque de vez en cuando se me caiga un tomate al suelo y tenga que correr detrás del muy cabrón para alcanzarlo antes de que se estrelle contra la puerta del baño.