martes, 15 de enero de 2008

Noches literarias (o qué puedes escribir, en 10 minutos, que incluya las palabras en color)

Mi abuela se llamaba Ramona y se enamoró de mi abuelo porque era bonapartista y porque, además, había viajado mucho. Decía que había trabajado vendiendo cosas varias por los andenes de los ferrocarriles de casi toda Europa y que, gracias a ello, había conseguido amasar una pequeña fortuna y había conocido a muchas personas interesantes. A mi abuela, concretamente, la conoció en un bar, bailando en un cuadro flamenco. Ella no era la que bailaba mejor, pero era la que tenía las piernas más largas, y a mi abuelo, eso, le tiraba mucho. "Entonces, lo que más te gustó de mí fueron mis piernas"- siempre le preguntaba ella. Pero él no se cansaba de repetirle que no, que lo mejor que tenía ella era el folklore, y mi abuela se enfadaba porque nunca llegó a entender el significado de esa palabra, ni cómo podía ser que hubiera algo mejor en ella que sus piernas. Pero todo empezó a cobrar sentido para ella el día en que mi abuelo, desde el cobertizo de la casa que habían comprado con su pequeña fortuna, vio a mi abuela resbalar con los restos de la pulpa de un melocotón, caer y romperse las dos piernas. Esta pequeña concatenación de hechos cambió sus vidas de repente porque ella, después del dolor, pudo sonreír al comprobar que su marido aún la amaba, y dio gracias a Dios por haberle dejado intacto el folklore después de la caída.