Estoy perdiendo el tiempo en una larguíííííísima cola, larga de verdad. Es tan larga que no tiene sentido añadirse a ella, a no ser que uno tenga la seguridad de que, al final, obtendrá lo que ha venido a buscar. No es mi caso. Sin embargo, allí estoy, perdiendo el tiempo, trabando amistades que se disolverán en cuanto la cola lo haga y, de repente, veo una chica que se acerca a una portería, llama a un timbre y, en cuanto le contestan, anuncia: "Soy la responsable del mantenimiento de la escalera". La miro y, por el cubo y la fregona, deduzco que se trata de...(perdón por la incorrección política) ¡LA MUJER DE LA LIMPIEZA!
Medito unos minutos acerca de lo que acabo de oír, y me pregunto si el argot de esa chica no estará un poco viciado por la corrección política que mencionaba tres líneas más arriba. Pero hay otra posibilidad: lo mismo un día se ha mirado al espejo y se ha dicho que su trabajo es muy digno (que lo es) y que esa dignidad vinculada a ese oficio es más nueva que el término que se usa para referirse a él, así que decide acuñar uno nuevo. Desde entonces va por las casas poniendo por delante su flamante cargo de "responsable de mantenimiento de la escalera", que es buenísimo porque:
a) Ni siquiera insinúa que tendrás que trabajar blandiendo una escoba, un trapo o una fregona,
b) no hace distinción de género,
y c) alude al hecho de que tienes una responsabilidad,
Es perfecto.
Es tan perfecto que si se le hubiera ocurrido a ella no estaría limpiando escaleras, sino que posiblemente trabajaría en el departamento de márketing de alguna agencia de publicidad.
Me rindo a la evidencia de que lo más probable sea que, en la ETT de turno, le hayan ofrecido el cargo con ese nombre y, además, le hayan aconsejado que ella también lo use. Cuando yo trabajaba en Sephora no podía decir que era "dependienta de perfumería", tenía que considerarme y, por tanto decir de mí misma, que era una "consejera de fragancias". Es algo parecido; la palabra "dependienta" se asocia enseguida a pasar ocho horas al día de pie aguantando gilipollas, que es, por lo demás, lo que las "consejeras de fragancias" también hacen.
La explicación final para tanta inventiva al hablar de lo que uno hace, de lo que uno es, me vino dada después de que una amiga viniera a cenar a casa y mencionara a Jodorowsky y la psicomagia, una especie de terapia simbólica que mezcla disciplinas como la filosofía, el chamanismo, el teatro y no sé qué más. El caso es que uno de los principios de la psicomagia es que "todo lo que arrastramos con nosotros tiene que retorcerse hasta sublimarse. Todo lo que hemos recibido es un tesoro. No es necesario eliminar una parte. Hay que fecundar lo que nos viene dado". Seguro que estoy simplificando mucho pero entiendo que, si tú estás luchando por crecer espiritualmente, pero eres demasiado consciente de que trabajas limpiando y eso te limita en tu crecimiento, lo que tienes que hacer es sublimar esa realidad simbólicamente. Hay que apelar a esa gran habilidad que cada uno de nosotros tiene, aunque parezca pequeña en comparación con el resto del universo, y nombrarla. Vale, puede que no seas el mejor cantante o el mejor nadador del mundo, pero igual eres el mejor ordenador de facturas de Barcelona, o el mejor aliñador de ensaladas de tu familia, o -para el caso- la mejor barredora de escaleras de tu barrio. Jodorowsky le dijo a alguien que, con toda seguridad, él era "el mejor masajista de gatos de París". Tiene truco la cosa porque, como ves, a veces para ser el mejor en algo basta con ser el único que lo hace. De todos modos, si yo hubiera podido ser la mejor masajista de gatos de París, no hubiera escogido ser ninguna otra cosa. Hay que pensar en ello. Y a mí me será fácil inspirarme en la mujer que retorció la fregona que arrastraba consigo hasta que la sublimó y la convirtió en la mejor herramienta para una responsable de mantenimiento de la escalera.