viernes, 16 de noviembre de 2007
Personas a las que no quiero
Hace poco, mientras esperaba a alguien en la puerta de un cine, me encontré a otro alguien a quien hacía mucho tiempo que no veía. "Por lo menos siete años", dijo él después de darme un par de besos, y tenía razón. Nunca tuvimos una relación muy estrecha, pero aquel día nos alegramos mucho de encontrarnos. De hecho, nos sorprendimos al darnos cuenta de que, en realidad, sólo nos habíamos visto cuatro o cinco veces antes, de modo que la efusividad de aquel reencuentro no tenía sentido, o simplemente revelaba que, si las cosas en el pasado hubieran sido distintas, tal vez habríamos llegado a ser buenos amigos, quién sabe. Y digo esto a pesar de que lo único que teníamos en común era una persona; hubo un tiempo en que su mejor amigo fue mi amante, y eso fue lo que hizo que coincidiéramos alguna vez, e incluso coincidiéramos en un par de cenas. Pero aquello duró muy poco tiempo, así que salimos el uno de la vida del otro del mismo modo abrupto y accidental en que habíamos entrado. Aunque en todo este tiempo no me había preguntado con verdadero interés qué habría sido de su vida, encontrarlo, como ya he dicho, me produjo una alegría tremenda.
Como es lógico, en algún momento de la conversación le pregunté por nuestra persona en común, con una curiosidad más bien leve, pero gracias a la cual llegué a saber que aquel tipo, con quien había tenido una breve y sencilla relación sexual, y cuyo destino me importaba más bien poco, me había amado.
Sé muy bien, y siempre lo he sabido, que le costó aceptar que dejáramos de vernos, aunque siempre pensé que lo superaría pronto; habíamos compartido tan pocas cosas. Lo cierto, según lo que sé ahora, es que tardó un par de años en superar aquello, durante los cuales dejó su trabajo y se fue a vivir a París tratando, ya no tanto de olvidarme, como de imbuir de cierto lirismo un dolor del que, de todas maneras, no podía desprenderse. Finalmente lo consiguió, y hace tiempo que vive felizmente con una chica, aunque le es imposible hablar de mí sin resentimiento.
No me siento halagada. Me cuesta entender, por ejemplo, que alguien asociará (o va asociando ya) mi nombre y mi cara con la ciudad de París, donde yo nunca he estado. Me asusta saber que puedo seguir formando parte de la vida de alguien cuando ya no quiero seguir formando parte de ella. Le di recuerdos para él; me dijo que no se los daría.
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